Juego peligroso

Chipre ha echado un órdago a Europa y al FMI al rechazar el plan de rescate que suponía inyectar 10.000 millones de euros en su gigantesco y arruinado sistema bancario.

Es un juego peligroso porque el presidente Nikos Anastasiadis ha incumplido el único acuerdo que puede salvar a sus bancos y, por consiguiente, a su país de la suspensión de pagos.

La estrategia consiste en generar pánico, agitar el posible efecto contagio en otros países como España o Italia y, al mismo tiempo, acercarse a Rusia pidiendo auxilio al país del que son originarios los depositantes de casi el 60% de los recursos ajenos de la banca chipriota.

Hábil jugada. A veces los pequeños no pueden hacer otra cosa que mover el bote para que todos los pasajeros sientan el miedo de caer al agua.

Algo ha conseguido Anastasiadis con esa apuesta por generar el caos: las bolsas europeas han caído afectadas por la desconfianza en los valores bancarios y muchos clientes adinerados de los países más débiles han solicitado a sus entidades que les busquen un refugio seguro para sus ahorros.

Pero la jugada es de corto recorrido. Rusia no va a ayudar y si lo hace nunca será en la proporción y condiciones que ofrece la UE. En todo caso, Putin pedirá a cambio la lista de nombres de los que han buscado el refugio en la isla para no pagar impuestos en Rusia.

¿Qué ocurrirá si Anastasiadis se empeña en no dar su brazo a torcer? Sencillamente que el martes, cuando abran sus bancos, el BCE dejará de inyectarles liquidez y se vendrán abajo como una falla en la cremá.

Es decir que Chipre no tiene más opción que buscar hasta debajo de las piedras 5.800 millones para que la UE le preste 10.000 millones a sus bancos y le garantice (hasta 17.000 millones) el pago de los vencimientos de su deuda. O bien, el default. No hay otra.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? El principal error fue admitir a Chipre, que es de hecho un país que vive de la opacidad financiera, en el euro.

El sector financiero de Chipre (principal fuente de ingresos junto al turismo) engordó a base de garantizar el secreto y de los altos tipos de interés ofrecidos para los depósitos.

Ese mismo sector que supone casi ocho veces el PIB chipriota no sólo engordó con la compra de deuda griega, sino también adquiriendo en masa deuda de su propio Estado. Esas circunstancias lo han llevado a una situación de práctica quiebra.

Esas circunstancias hacían imposible una solución a la griega. Porque si se optaba por una quita de la deuda, los más afectados serían los propios bancos chipriotas, con lo que el volumen del plan de ayuda hubiera sido aún mayor al aumentar las necesidades de capitalización de la banca.

Fue Christine Lagarde (FMI), apoyada por Merkel, quien puso la condición de no sobrepasar el 120% de deuda sobre PIB para establecer el tope del paquete de ayuda. De ahí la necesidad de recabar 5.800 millones de los bolsillos de los chipriotas.

Esa cantidad, a corto plazo, sólo era posible recabarla mediante un impuesto a los depósitos (algo que va contra la filosofía que inspira la propia UE y que, efectivamente, puede generar un efecto de desconfianza en la banca a nivel europeo).

Draghi y Luis de Guindos propusieron que el impuesto a los depósitos sólo afectará a las cuentas de más de 100.000 euros, pero Anastasiadis se opuso.

La propuesta del presidente del BCE era lógica: la garantía de depósitos afecta justamente hasta esa cantidad, con lo que no quedaría afectada la credibilidad de la UE. Además -y eso fue parte de la reflexión de Alemania- los grandes paganos serían así los oligarcas rusos que han lavado su dinero en los bancos chipriotas.

Anastasiadis no aceptó esa fórmula porque eso implicaría una fuga de capitales enorme y el fin del modelo chipriota de crecimiento. Y por eso optó por aceptar a regañadientes para luego no cumplir el acuerdo.

El tiempo se agota. La apuesta del caos parece toca a su fin.